Os traigo esta entrevista que ha salido publicada en La Opinión de Tenerife, escrita por Naima Pérez, especialmente interesante la parte de preparación que menciona Don Lucas Raya, que demuestra que, como siempre, con constancia, se consiguen las cosas:
"Mi profesión es un pulso de cómo le va a la sociedad: si ésta está en crisis, el notario también". "Con 70 años me encuentro en plenas facultades mentales"
Lucas Raya, en uno de los despachos de su compañero de profesión Alfonso Cavallé, en la capital tinerfeña. josé luis gonzález
"Mucha gente me conoce sólo por ver mi nombre en los documentos, en las carpetas, pero no me pone cara". Lucas Raya, de 70 años, se jubila tras 45 en ejercicio. De origen valenciano, ha trabajado en los últimos 25 años como notario en Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife. De esta última ciudad, en la que vive hace más de dos décadas, fue incluso decano del Colegio de Notarios y ahora se dedica a presidir la Academia Canaria de Notariado, institución que forma a los futuros profesionales. Su memoria de elefante, cultivada a lo largo de los años, le permite acordarse perfectamente del día en que aprobó las oposiciones, allá por 1966, la misma memoria que lo erige hoy como el amigo al que todos recurren para recordar fechas: "Oye, Lucas, ¿en qué año nos fuimos de viaje a Tailandia? ¿y a India?, me preguntan. Y claro, siempre recuerdo las fechas". Cree que aún la sociedad conserva una imagen estereotipada de los notarios como personas aburridas y clásicas, en gran medida motivada por la televisión y las películas. Nada más lejos de la realidad, asegura.
–¿Ha calculado alguna vez el valor económico de todas sus firmas?
–No, lo que sí he calculado grosso modo, por curiosidad, son los documentos que he podido firmar y pueden ser unos 200.000, sin contar los testimonios. Hablo de los documentos protocolizados que están en el Archivo Notarial. Puedo haber atendido a un millón de personas en todos estos años.
–Dice que lo obligan a jubilarse, ¿y eso?
–Bueno, es que el notario, aunque mucha gente no lo sabe, es un funcionario público y está sujeto a una jubilación, voluntaria a los 65 años y obligatoria a los 70. Por eso digo que me obligan a jubilarme.
–Si no lo obligaran, le habría gustado continuar como notario...
–Como ahora está tan de moda lo de la jubilación, ocurre que hay profesiones y profesiones. Unas requieren un gran esfuerzo físico y es lógico que quienes las ejercen tengan ganas de jubilarse. Ahora bien, cuando desempeñas un trabajo intelectual como el mío muchas veces a los 70 años uno se encuentra en plenas facultades, sobre todo mentales.
–Entonces, para usted es una lástima que el Estado los desaproveche, especialmente en estos momentos de crisis...
–Sí, ahí está. Quizá cuando uno tenía 20 ó 30 años veía a una persona de 70 y le parecía un viejo tremendo, y a lo mejor lo era, pero la raza ha mejorado y la esperanza de vida ha crecido muchísimo.
–Seguramente muchas veces le habrán comentado que tantos años de estudio para sólo poner una firma. ¿Existe un equilibrio entre el enorme esfuerzo que supone sacarse una plaza de notario y el trabajo que luego se realiza?
–Sí, se requiere esta formación y, además, hace falta porque una de las principales funciones del notario no es la de dar fe pública, que quizá eso lo puede hacer cualquiera, sino la seguridad preventiva, el asesoramiento a los particulares que hacen sus contratos y negocios y que estén dentro de la legalidad. Para eso hay que estudiar y saber mucho. En España la cualificación del notario es alta, al igual que en otros países europeos. Es lo que se llama el sistema continental, pero hay otros en que esa cualificación es más baja y por ello los conflictos aumentan. Es el caso de Estados Unidos, donde, además, la figura del notario no existe como tal. Allí todo funciona a base de pleitos.
[En este momento interviene en la conversación el notario Alfonso Cavallé, amigo de Lucas Raya y en cuyo despacho se desarrolla esta entrevista]
–Alfonso Cavallé: Piensa que, por ejemplo, Estados Unidos es el país con más personas en la cárcel, más pleitos, más jueces y más abogados de todo el mundo.
–Eso también es un negocio...
–A.C: Claro, el gasto en justicia es tremendo. Allí no funciona lo que decía Lucas de la seguridad preventiva, sino que todo es conflicto. Y a los que les viene muy bien todo esto es a las compañías de seguros.
–Lucas Raya: Del sistema continental lo importante es que es preventivo. El notario le asegura al ciudadano que la compra, por ejemplo, de una finca no tiene cargas y que tras la adquisición es suya y no la va a perder. En cambio, en Estados Unidos se acaba pleiteando por el título de propiedad. ¿Qué ocurre? Que puedes perder con facilidad tu casa, aunque luego tengas un seguro que te indemnice por esa pérdida.
–¿Por qué motivo decidió ser notario? ¿Qué aspecto le atraía de esta profesión?
–Hay varios motivos. Estudié Derecho en los años 60 y entonces tampoco había mucho donde elegir. Un hermano mío estudió para abogado del Estado, pero en mi familia no había ningún notario. Tampoco oí hablar de esta figura hasta bien avanzada la carrera, pero vi que es un profesional que tiene mucho prestigio en la sociedad; me atrajo el hecho de que el notario es una persona muy valorada por la sociedad, que está muy encardinada en ella, porque está en contacto con la gente, y eso me gustaba. Luego hubo un motivo anecdótico, y es que la familia de la que entonces era mi novia, ahora mi mujer, estaba vinculada a la profesión: su padre era registrador; su abuelo era notario, su bisabuelo, también, su tatarabuelo, escribano, el notario de la época... y claro, yo oía hablar mucho de eso.
–¿Recuerda qué hizo el día en que supo que había aprobado la oposición a Notaría?
–Sí, perfectamente. Me fui al cine con mi novia y sabía que las notas estaban a punto de salir. Entonces le dije a mi padre "estoy en el cine Serrano (Valencia); si apruebo, ven a buscarme". Salí del cine y no vi a mi padre, con lo que me fui a casa caminando, pero antes de llegar vi que iba en el coche, parado en un cruce, y no me atreví a ir a preguntarle. Sólo me fijé en su cara sonriente pero dejé que siguiera hacia el cine, porque él no me vio. Cuando llegué a mi casa fue el portero del edificio el que me dijo que había aprobado y me puse a dar botes tremendos.
–Me imagino que una vez aprobado estuvo un tiempito sin tocar un libro, ¿no?
–Pues la verdad es que al menos cinco meses, el tiempo que me dieron antes de tomar posesión de mi plaza.
–¿Cuánto tardó en sacar las oposiciones?
–Pues tres años, y no fue tampoco mucho tiempo.
–¿Cómo eran sus jornadas de estudio?
–Yo fui muy regular estudiando; mis jornadas no eran excesivamente largas ni me di grandes palizas.
–Sus 8 ó 9 horas diarias no se las quitaba nadie...
–Eran 8, dos por la mañana, cuatro por la tarde y dos por la noche. Todos los días iba a las ocho de la tarde a ver a mi novia, luego regresaba a las diez, cenaba, y me ponía a estudiar. El sábado y el domingo de dos días hacía uno, con lo que estudiaba cuatro horas cada día. Así que tenía ocho horas para estudiar, ocho para dormir y otras ocho para divertirme y comer. A veces pecaba, porque en aquella época daban en la televisión Elliot Ness o Bonanza, y a veces me enganchaba y me acostaba más tarde.
–¿Recuerda qué casos prácticos le cayeron en la oposición?
–Eran dos dictámenes y teníamos seis horas para resolverlos. Me acuerdo bastante, la verdad. Yo es que tengo bastante buena memoria, a pesar de que han pasado los años.
–Hombre, si ustedes los notarios no tienen memoria, cuando mucho de su estudio es memorístico...
–Sí, pero la puedes perder, aunque he perdido otras facultades pero la memoria me funciona. Tengo amigos médicos más jóvenes con los que siempre viajo y siempre me preguntan: "¿Dónde estuvimos en el año 1997?" En México, les digo. "¿Y cuándo fuimos a Tailandia?" En el 96. "¿Y en India?" En 2003. ¿Y qué pasó en tal sitio cuando tal? Ja, ja. Me tienen como su memoria.
–¿Cree que es necesario tener tanta memoria para su profesión o los tiempos y los métodos han cambiado?
–Sí, no sé si del todo, pero sí es muy necesaria.
–¿Cuál fue su primer destino?
–Fue en Atienza, provincia de Guadalajara, un pueblo de 600 habitantes, muy bonito e histórico pero en el que notarialmente no había nada que hacer.
–Era usted el notario del pueblo...
–Sí, pero la gente allí no sabía ni para qué servía el notario. No se hacía casi nada. A la semana, como media, igual hacía una escritura, pero había meses en que no hacía ninguna. Los notarios, aunque somos funcionarios, no tenemos un sueldo del Estado. En aquella época había una cosa que se llamaba la Congrua y consistía en una ayuda económica que pedían aquellas notarías que no daban para vivir. En realidad era como un préstamo que se pedía a la Mutualidad Notarial y que había que devolver después. Y para pedirla te exigían un montón de requisitos. Me dieron 9.000 pesetas para todo el año (1967).
–¿Por qué es tan cara la firma de un notario?
–Hay un poco de mito con eso. La mala fama existe en el sentido de que normalmente cuando vas al notario te pide una provisión de fondos con la que se paga todo (notario, impuestos, registro) pero a la única persona que ve el cliente es al notario, que es el que le cobra. Es común oír: "Fui al notario y me cobró 600.000 pesetas". Ojalá, jaja. De las 600.000 el notario se queda con 40.000; las otras 520.000 eran para el impuesto y el resto para el registro de la propiedad.
–¿Qué es lo más barato que se puede hacer en una notaría?
–Un testamento. Cuesta 30 euros. Y ese dinero no da para el coste real de la custodia del documento. Aquí, en esta notaría de Alfonso Cavallé, hay documentos desde 1500 hasta la fecha. Dile a cualquier compañía, la que sea, que te custodie durante 500 años un documento por 30 euros, con una responsabilidad enorme en caso de pérdida. Es curioso, porque el testamento, que es el documento más barato, es el que tiene más responsabilidad, ya que lo mismo vale un testamento en el que se dejen 100.000 millones de euros que el que deje sólo uno. Un error, cualquiera, puede dar lugar a una responsabilidad tremenda. Además, es un documento muy formalista, con lo que cualquier pequeño fallo de formalidad da lugar a su nulidad.
–¿Cuáles son los documentos más antiguos que usted ha visto? ¿Recuerda sobre qué versaban?
–Creo que del siglo XI o XII, el Fuero de Atienza. Había allí una fiesta en agosto, La Caballada, que conmemoraba la liberación del rey Alfonso VIII por parte de unos arrieros. Esos arrieros llevaban este fuero y cada año lo guardaba un vecino distinto del pueblo. En Atienza había también mucho documento del siglo XVI y XVII, porque ese lugar tenía 600 habitantes cuando yo fui de notario, pero en el siglo XII tenía 14.000 y 12 iglesias románicas.
–¿Cuál es el acto más rocambolesco para el que ha prestado su firma?
–Pues la venta de un mono en Las Palmas. Le dije al señor que me trajera una foto del mono para identificarlo. Creí que estaba de broma al principio, pero luego me di cuenta de que hablaba en serio. Estaba en el Parque Santa Catalina y allí se dan las cosas más curiosas del mundo. El comprador quería el mono para ganar dinero, porque con el mono pedía en las calles. Así que incorporé la foto del mono a la escritura.
–¿Por qué cree que se asocia a los notarios esa imagen de personas tan aburridas?
–Por las películas. En la mayoría, siempre que sale un notario está vestido de negro, con unas gafas y muy serio, y por eso la gente se ha ido formando esa idea. Lo curioso es que mucha gente, cuando nos conoce, nos dice: "Anda, no parecéis notarios", porque piensan que somos como en las películas. Nos reímos, lo pasamos bien y no siempre estamos serios. Lo que ocurre es que sí es bueno dar sensación de seriedad en la notaría y, de hecho, la mayoría la damos. Una cosa es el notario mientras trabaja, que es serio pero afable, y otra es la persona.
–Y a muchos se les asocia ideológicamente con la derecha...
–Pues eso no es verdad. No quiero hablar de la memoria histórica de la Guerra Civil, pero hubo más notarios represaliados por parte de los nacionales que de los republicanos, porque el notario era mucho más de izquierdas, vivía en los pueblos, estaba con la gente, vivía el problema de la reforma agraria y de lo mal que lo pasaban los agricultores...
–¿Y por qué dan esa imagen tan conservadora?
–Pues ahora se me ocurre que había un notario muy de derechas y muy famoso que era Blas Piñar, que aparecía mucho, y se ha podido pensar que todos los notarios son como él. Yo creo que la mayoría de los notarios tienen un espíritu más social y con un corazón más a la izquierda que otra cosa. Además, otro ejemplo es que hay más notarios en el Congreso como diputados del PSOE que del PP. El notario tiene una función social muy importante que desarrollar. El asesoramiento del notario es equilibrador, tiene que estar siempre del lado del débil.
–¿La de notario sigue siendo una profesión mayoritariamente masculina?
–No, ya no. Las próximas generaciones serán mayoritariamente femeninas, porque las opositoras hoy día son mujeres casi todas. Cuando yo me examiné (1966) no se presentó ninguna y, además, hasta 1963 lo tenían prohibido. Además, en aquella época las mujeres no podían ser ni diplomáticas, ni jueces. La primera notaria que aprobó las oposiciones creo que fue en 1971. Cuando empecé la carrera de Derecho, de los 180 alumnos de primero, sólo 10 ó 12 eran mujeres. Ya entonces, mi suegro, que era registrador de la propiedad, decía: "El mundo es de las mujeres". Las mujeres son más constantes, más estudiosas, más responsables, eso hay que reconocerlo.
–La Academia Canaria de Notariado, la cual preside, ¿qué labores concretas desarrolla?
–Bueno, lo importante realmente es el Colegio de Notarios, que tiene unos fines no sólo estrictamente jurídicos, sino también sociales. Entre esos últimos fines se creó la Fundación del Derecho, de la Sociedad y la Cultura, si no recuerdo mal el nombre, y dentro de ella está la Academia. Como objetivo de la Fundación la Academia tiene encomendada la formación de opositores. La preparación es gratuita. También se organizan actos jurídicos, culturales, conferencias y demás.
–Y ahora que se jubila, ¿a qué se va a dedicar?
–Pues de momento tengo con la Academia y con algunos trabajitos que el Colegio me da. Estoy de asesor de la Junta Directiva del Colegio en temas relacionados con actividades notariales, expedientes, etc.
–¿Podría usted colaborar con una notaría para echar una mano?
–Pues podría ser, pero mi firma ya no puede figurar. Con lo cual mi mujer está muy contenta, porque pensaba que al estar jubilado le daría la lata en casa y ahora me tiene ocupado fuera. Yo he sido un notario con muy pocos hobbies, cuando la mayoría tiene muchos.
–Hubo una época también en que los notarios salían mucho en programas de televisión, y en ellos se les veía una cara de serios...
–Sí, claro, por los concursos.
–¿Ha calculado alguna vez el valor económico de todas sus firmas?
–No, lo que sí he calculado grosso modo, por curiosidad, son los documentos que he podido firmar y pueden ser unos 200.000, sin contar los testimonios. Hablo de los documentos protocolizados que están en el Archivo Notarial. Puedo haber atendido a un millón de personas en todos estos años.
–Dice que lo obligan a jubilarse, ¿y eso?
–Bueno, es que el notario, aunque mucha gente no lo sabe, es un funcionario público y está sujeto a una jubilación, voluntaria a los 65 años y obligatoria a los 70. Por eso digo que me obligan a jubilarme.
–Si no lo obligaran, le habría gustado continuar como notario...
–Como ahora está tan de moda lo de la jubilación, ocurre que hay profesiones y profesiones. Unas requieren un gran esfuerzo físico y es lógico que quienes las ejercen tengan ganas de jubilarse. Ahora bien, cuando desempeñas un trabajo intelectual como el mío muchas veces a los 70 años uno se encuentra en plenas facultades, sobre todo mentales.
–Entonces, para usted es una lástima que el Estado los desaproveche, especialmente en estos momentos de crisis...
–Sí, ahí está. Quizá cuando uno tenía 20 ó 30 años veía a una persona de 70 y le parecía un viejo tremendo, y a lo mejor lo era, pero la raza ha mejorado y la esperanza de vida ha crecido muchísimo.
–Seguramente muchas veces le habrán comentado que tantos años de estudio para sólo poner una firma. ¿Existe un equilibrio entre el enorme esfuerzo que supone sacarse una plaza de notario y el trabajo que luego se realiza?
–Sí, se requiere esta formación y, además, hace falta porque una de las principales funciones del notario no es la de dar fe pública, que quizá eso lo puede hacer cualquiera, sino la seguridad preventiva, el asesoramiento a los particulares que hacen sus contratos y negocios y que estén dentro de la legalidad. Para eso hay que estudiar y saber mucho. En España la cualificación del notario es alta, al igual que en otros países europeos. Es lo que se llama el sistema continental, pero hay otros en que esa cualificación es más baja y por ello los conflictos aumentan. Es el caso de Estados Unidos, donde, además, la figura del notario no existe como tal. Allí todo funciona a base de pleitos.
[En este momento interviene en la conversación el notario Alfonso Cavallé, amigo de Lucas Raya y en cuyo despacho se desarrolla esta entrevista]
–Alfonso Cavallé: Piensa que, por ejemplo, Estados Unidos es el país con más personas en la cárcel, más pleitos, más jueces y más abogados de todo el mundo.
–Eso también es un negocio...
–A.C: Claro, el gasto en justicia es tremendo. Allí no funciona lo que decía Lucas de la seguridad preventiva, sino que todo es conflicto. Y a los que les viene muy bien todo esto es a las compañías de seguros.
–Lucas Raya: Del sistema continental lo importante es que es preventivo. El notario le asegura al ciudadano que la compra, por ejemplo, de una finca no tiene cargas y que tras la adquisición es suya y no la va a perder. En cambio, en Estados Unidos se acaba pleiteando por el título de propiedad. ¿Qué ocurre? Que puedes perder con facilidad tu casa, aunque luego tengas un seguro que te indemnice por esa pérdida.
–¿Por qué motivo decidió ser notario? ¿Qué aspecto le atraía de esta profesión?
–Hay varios motivos. Estudié Derecho en los años 60 y entonces tampoco había mucho donde elegir. Un hermano mío estudió para abogado del Estado, pero en mi familia no había ningún notario. Tampoco oí hablar de esta figura hasta bien avanzada la carrera, pero vi que es un profesional que tiene mucho prestigio en la sociedad; me atrajo el hecho de que el notario es una persona muy valorada por la sociedad, que está muy encardinada en ella, porque está en contacto con la gente, y eso me gustaba. Luego hubo un motivo anecdótico, y es que la familia de la que entonces era mi novia, ahora mi mujer, estaba vinculada a la profesión: su padre era registrador; su abuelo era notario, su bisabuelo, también, su tatarabuelo, escribano, el notario de la época... y claro, yo oía hablar mucho de eso.
–¿Recuerda qué hizo el día en que supo que había aprobado la oposición a Notaría?
–Sí, perfectamente. Me fui al cine con mi novia y sabía que las notas estaban a punto de salir. Entonces le dije a mi padre "estoy en el cine Serrano (Valencia); si apruebo, ven a buscarme". Salí del cine y no vi a mi padre, con lo que me fui a casa caminando, pero antes de llegar vi que iba en el coche, parado en un cruce, y no me atreví a ir a preguntarle. Sólo me fijé en su cara sonriente pero dejé que siguiera hacia el cine, porque él no me vio. Cuando llegué a mi casa fue el portero del edificio el que me dijo que había aprobado y me puse a dar botes tremendos.
–Me imagino que una vez aprobado estuvo un tiempito sin tocar un libro, ¿no?
–Pues la verdad es que al menos cinco meses, el tiempo que me dieron antes de tomar posesión de mi plaza.
–¿Cuánto tardó en sacar las oposiciones?
–Pues tres años, y no fue tampoco mucho tiempo.
–¿Cómo eran sus jornadas de estudio?
–Yo fui muy regular estudiando; mis jornadas no eran excesivamente largas ni me di grandes palizas.
–Sus 8 ó 9 horas diarias no se las quitaba nadie...
–Eran 8, dos por la mañana, cuatro por la tarde y dos por la noche. Todos los días iba a las ocho de la tarde a ver a mi novia, luego regresaba a las diez, cenaba, y me ponía a estudiar. El sábado y el domingo de dos días hacía uno, con lo que estudiaba cuatro horas cada día. Así que tenía ocho horas para estudiar, ocho para dormir y otras ocho para divertirme y comer. A veces pecaba, porque en aquella época daban en la televisión Elliot Ness o Bonanza, y a veces me enganchaba y me acostaba más tarde.
–¿Recuerda qué casos prácticos le cayeron en la oposición?
–Eran dos dictámenes y teníamos seis horas para resolverlos. Me acuerdo bastante, la verdad. Yo es que tengo bastante buena memoria, a pesar de que han pasado los años.
–Hombre, si ustedes los notarios no tienen memoria, cuando mucho de su estudio es memorístico...
–Sí, pero la puedes perder, aunque he perdido otras facultades pero la memoria me funciona. Tengo amigos médicos más jóvenes con los que siempre viajo y siempre me preguntan: "¿Dónde estuvimos en el año 1997?" En México, les digo. "¿Y cuándo fuimos a Tailandia?" En el 96. "¿Y en India?" En 2003. ¿Y qué pasó en tal sitio cuando tal? Ja, ja. Me tienen como su memoria.
–¿Cree que es necesario tener tanta memoria para su profesión o los tiempos y los métodos han cambiado?
–Sí, no sé si del todo, pero sí es muy necesaria.
–¿Cuál fue su primer destino?
–Fue en Atienza, provincia de Guadalajara, un pueblo de 600 habitantes, muy bonito e histórico pero en el que notarialmente no había nada que hacer.
–Era usted el notario del pueblo...
–Sí, pero la gente allí no sabía ni para qué servía el notario. No se hacía casi nada. A la semana, como media, igual hacía una escritura, pero había meses en que no hacía ninguna. Los notarios, aunque somos funcionarios, no tenemos un sueldo del Estado. En aquella época había una cosa que se llamaba la Congrua y consistía en una ayuda económica que pedían aquellas notarías que no daban para vivir. En realidad era como un préstamo que se pedía a la Mutualidad Notarial y que había que devolver después. Y para pedirla te exigían un montón de requisitos. Me dieron 9.000 pesetas para todo el año (1967).
–¿Por qué es tan cara la firma de un notario?
–Hay un poco de mito con eso. La mala fama existe en el sentido de que normalmente cuando vas al notario te pide una provisión de fondos con la que se paga todo (notario, impuestos, registro) pero a la única persona que ve el cliente es al notario, que es el que le cobra. Es común oír: "Fui al notario y me cobró 600.000 pesetas". Ojalá, jaja. De las 600.000 el notario se queda con 40.000; las otras 520.000 eran para el impuesto y el resto para el registro de la propiedad.
–¿Qué es lo más barato que se puede hacer en una notaría?
–Un testamento. Cuesta 30 euros. Y ese dinero no da para el coste real de la custodia del documento. Aquí, en esta notaría de Alfonso Cavallé, hay documentos desde 1500 hasta la fecha. Dile a cualquier compañía, la que sea, que te custodie durante 500 años un documento por 30 euros, con una responsabilidad enorme en caso de pérdida. Es curioso, porque el testamento, que es el documento más barato, es el que tiene más responsabilidad, ya que lo mismo vale un testamento en el que se dejen 100.000 millones de euros que el que deje sólo uno. Un error, cualquiera, puede dar lugar a una responsabilidad tremenda. Además, es un documento muy formalista, con lo que cualquier pequeño fallo de formalidad da lugar a su nulidad.
–¿Cuáles son los documentos más antiguos que usted ha visto? ¿Recuerda sobre qué versaban?
–Creo que del siglo XI o XII, el Fuero de Atienza. Había allí una fiesta en agosto, La Caballada, que conmemoraba la liberación del rey Alfonso VIII por parte de unos arrieros. Esos arrieros llevaban este fuero y cada año lo guardaba un vecino distinto del pueblo. En Atienza había también mucho documento del siglo XVI y XVII, porque ese lugar tenía 600 habitantes cuando yo fui de notario, pero en el siglo XII tenía 14.000 y 12 iglesias románicas.
–¿Cuál es el acto más rocambolesco para el que ha prestado su firma?
–Pues la venta de un mono en Las Palmas. Le dije al señor que me trajera una foto del mono para identificarlo. Creí que estaba de broma al principio, pero luego me di cuenta de que hablaba en serio. Estaba en el Parque Santa Catalina y allí se dan las cosas más curiosas del mundo. El comprador quería el mono para ganar dinero, porque con el mono pedía en las calles. Así que incorporé la foto del mono a la escritura.
–¿Por qué cree que se asocia a los notarios esa imagen de personas tan aburridas?
–Por las películas. En la mayoría, siempre que sale un notario está vestido de negro, con unas gafas y muy serio, y por eso la gente se ha ido formando esa idea. Lo curioso es que mucha gente, cuando nos conoce, nos dice: "Anda, no parecéis notarios", porque piensan que somos como en las películas. Nos reímos, lo pasamos bien y no siempre estamos serios. Lo que ocurre es que sí es bueno dar sensación de seriedad en la notaría y, de hecho, la mayoría la damos. Una cosa es el notario mientras trabaja, que es serio pero afable, y otra es la persona.
–Y a muchos se les asocia ideológicamente con la derecha...
–Pues eso no es verdad. No quiero hablar de la memoria histórica de la Guerra Civil, pero hubo más notarios represaliados por parte de los nacionales que de los republicanos, porque el notario era mucho más de izquierdas, vivía en los pueblos, estaba con la gente, vivía el problema de la reforma agraria y de lo mal que lo pasaban los agricultores...
–¿Y por qué dan esa imagen tan conservadora?
–Pues ahora se me ocurre que había un notario muy de derechas y muy famoso que era Blas Piñar, que aparecía mucho, y se ha podido pensar que todos los notarios son como él. Yo creo que la mayoría de los notarios tienen un espíritu más social y con un corazón más a la izquierda que otra cosa. Además, otro ejemplo es que hay más notarios en el Congreso como diputados del PSOE que del PP. El notario tiene una función social muy importante que desarrollar. El asesoramiento del notario es equilibrador, tiene que estar siempre del lado del débil.
–¿La de notario sigue siendo una profesión mayoritariamente masculina?
–No, ya no. Las próximas generaciones serán mayoritariamente femeninas, porque las opositoras hoy día son mujeres casi todas. Cuando yo me examiné (1966) no se presentó ninguna y, además, hasta 1963 lo tenían prohibido. Además, en aquella época las mujeres no podían ser ni diplomáticas, ni jueces. La primera notaria que aprobó las oposiciones creo que fue en 1971. Cuando empecé la carrera de Derecho, de los 180 alumnos de primero, sólo 10 ó 12 eran mujeres. Ya entonces, mi suegro, que era registrador de la propiedad, decía: "El mundo es de las mujeres". Las mujeres son más constantes, más estudiosas, más responsables, eso hay que reconocerlo.
–La Academia Canaria de Notariado, la cual preside, ¿qué labores concretas desarrolla?
–Bueno, lo importante realmente es el Colegio de Notarios, que tiene unos fines no sólo estrictamente jurídicos, sino también sociales. Entre esos últimos fines se creó la Fundación del Derecho, de la Sociedad y la Cultura, si no recuerdo mal el nombre, y dentro de ella está la Academia. Como objetivo de la Fundación la Academia tiene encomendada la formación de opositores. La preparación es gratuita. También se organizan actos jurídicos, culturales, conferencias y demás.
–Y ahora que se jubila, ¿a qué se va a dedicar?
–Pues de momento tengo con la Academia y con algunos trabajitos que el Colegio me da. Estoy de asesor de la Junta Directiva del Colegio en temas relacionados con actividades notariales, expedientes, etc.
–¿Podría usted colaborar con una notaría para echar una mano?
–Pues podría ser, pero mi firma ya no puede figurar. Con lo cual mi mujer está muy contenta, porque pensaba que al estar jubilado le daría la lata en casa y ahora me tiene ocupado fuera. Yo he sido un notario con muy pocos hobbies, cuando la mayoría tiene muchos.
–Hubo una época también en que los notarios salían mucho en programas de televisión, y en ellos se les veía una cara de serios...
–Sí, claro, por los concursos.
Animo!!!
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