Los mecanismos de selección para acceder a determinados puestos de la Administración van adoptando fórmulas distintas a las de antes, en las que primaba el mérito y la competitividad. Que las oposiciones eran duras, que los candidatos tenían que estudiar hasta quemarse las pestañas, que ganarlas garantizaba estabilidad económica de por vida era cierto.
Para muchos, tal vez por haberlas sufrido –personalmente tengo dos en mi haber–, es el método más garantista, sin cortapisas ideológicas ni favores de familiares y amigos. ¿Una utopía? Puede que sí, pero muy útil. Un sí, pues, a las oposiciones, que viene a cuento de los portillos que se pretende utilizar, o se han utilizado ya, en algunas administraciones para acceder a la condición de funcionario. El sistema de contratación laboral para puestos jerarquizados y que exigen continuidad empieza a ser preocupante. Y así, la administración militar recurre, al parecer, a médicos suspendidos en las pruebas MIR para incorporarlos, tras un curso de formación, a las Fuerzas Armadas. ¿Se está diluyendo la sanidad militar? Antes se accedía a esta condición tras unas oposiciones más que serias y una estancia en las academias correspondientes de los tres Ejércitos. Eran vocacionalmente médicos y también militares. A lo largo del tiempo han hecho la mejor medicina en cuarteles y hospitales. Su prestigio trascendía a la vida civil en todas las especialidades. Recuerdo que el primer neurocirujano militar, formado en la órbita del doctor Obrador, fue el doctor Julián Rodríguez, hoy general de división retirado y ex jefe de Sanidad de la Defensa. En sus plantillas se cuenta con un laureado y muchas medallas y hasta con un divisionario asesinado por el terrorismo. Que nada de esto se pierda.
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