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jueves, 17 de agosto de 2017

Aquí se fabrican los jueces del futuro

Os traigo el reportaje que ha publicado El Mundo:

En Barcelona hay un yacimiento de sabiduría y está a más de 400 metros sobre el nivel del mar. En la sierra de Collserola se encuentra la Escuela Judicial del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), la única fábrica de jueces de España y una de las mayores del mundo. Además de formar a los magistrados españoles, también atiende a jueces de Latinoamérica que viajan más de 10.000 kilómetros para aprender en sus instalaciones y, desde 2009, la Escuela participa en la formación de los magistrados del mundo árabe.
Aquí sólo acceden los mejores, los que hayan conseguido memorizar a corto-medio plazo más de 300 temas relacionados con la Justicia, la oposición más exigente de España junto a la de fiscal, notario o registrador de la propiedad. En la última convocatoria se presentaron 4.000 opositores para unas 60 plazas: poco más del 1%.
Superada esta prueba tan difícil, llega el paso por la Escuela Judicial: una especie de MIR para jueces. Sirve para relajarse de la tensión acumulada por tantos años de estudio y es el periodo durante el que, tras empollarse un temario infinito, aprenden cómo debe comportarse un juez en la vida real. Sócrates dejó escritas estas cualidades hace más de 2.000 años: «Escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente».
Es la primera vez en 20 años que un periodista se infiltra como un juez más en la Escuela. PAPEL se sumerge en este espacio de sabiduría durante 48 horas para conocer cómo son los jueces del futuro. Desayunamos juntos, asistimos a las clases, cogemos el funicular, les acompañamos a ponerse la toga para los juicios simulados que se celebran en la Escuela... y hasta tenemos tiempo de hablar de sus planes del fin de semana. Barcelona es una ciudad donde se pueden hacer tantas cosas que les permite recuperar sus vidas tras años hincando los codos.
Salen de fiesta como cualquier otra persona de su edad y también son carne de cañón para los delincuentes: «Me mangaron la cartera antes de venir, cuanto más juez soy menos respeto me tienen». Muchos viven en el mismo edificio, como si fuera un reality televisivo, y comparan la experiencia con la de los estudiantes que se van de Erasmus.

La Escuela Judicial se encuentra en la falda de Collserola, mirando al mar y con la ciudad de Barcelona a sus pies. Si estás en la ciudad, la encontrarás sólo con levantar la mirada hacía la Torre de Telecomunicaciones del Pico de la Vilana, hacia el Tibidabo. Se accede por funicular porque llegar en coche es una auténtica aventura que confunde a cualquier navegador.
A medida que se avanza hacia este espacio, sientes que te acercas a una especie de colegio Hogwarts como el de Harry Potter. Pero en vez de una escuela de magia es una academia judicial en el que los alumnos cambian la capa de hechicero por una toga. Allí se forman los magistrados que, dentro de un par de décadas, acapararán titulares por su lucha contra la corrupción, el terrorismo o cualquier tipo de crimen organizado.
Ellos avisan de que no tienen vocación de jueces estrella. Pero también tienen claro que bajo su mandado no habrá paz para los corruptos. «Si nos toca un procedimiento contra algún político, perseguiremos el delito como con cualquier otra persona», dicen.
En la Escuela aprenden durante un año novedosas metodologías en la enseñanza del Derecho. Una formación de carácter eminentemente práctico que incluye estancias formativas y visitas de estudio en todos y cada uno de los ámbitos relacionados con la Administración de Justicia, incluido el trato con la prensa. Los alumnos que llegan allí ya son jueces, cobran un sueldo base como funcionarios del Estado e incluso la Policía se cuadra cuando los ve. En un futuro próximo resolverán tus problemas.
«Se te hace raro si acabas de cumplir los 24 años», dice Ainhoa Quinto (San Sebastián), una estudiante que ha logrado pasar en tiempo récord este proceso.

¿Se puede ser juez con 24 años?
 Aquí estoy.
El trabajo de los profesores consiste en preparar a los que han conseguido superar una oposición para afrontar el oficio del juez. ¿Cómo? Con juzgados virtuales o actores que simulan situaciones de riesgo que pueden encontrarse en cualquier juzgado.
Aquí se juntan algunas de las mentes más brillantes del país con presos con delitos de sangre y sexuales. Estos les cuentan que, el día del juicio, el magistrado no les miró ni a la cara, y que se sintieron como un número. También pasan un día con periodistas y se sumergen en la actualidad informativa, copada diariamente por sus autos y sus condenas. Además, los instruyen sobre delitos de odio y conocen cómo trabajan las organizaciones de trasplantes para agilizar estos procesos. En definitiva, los humanizan después de pasarse años encerrados en la biblioteca, preparando su oposición.
Los entrenan para que su juzgado tenga alma y les ayudan a recuperar sus vidas para favorecer sus habilidades sociales tras el trance que supone pasar una oposición de estas características a una edad tan temprana. Necesitan reincorporarse a lo que es la vida real de un ciudadano y el paso por la Escuela Judicial les permite conocer de verdad de lo que les rodea.
Los jueces del futuro han tenido que memorizar y cantar -así denominan al examen oral- los temas ante un Tribunal, sin distinciones. Da igual el origen de su familia, da igual que sus padres sean juristas o el número de seguidores que tengan en Instagram. Aquí lo que importa es que ejerciten su cerebro y mememoricen la literalidad de todos los códigos jurídicos del temario. Es un sistema de acceso que lo fía todo a la memoria pero a la vez no cierra ningún camino a nadie. Los iguala porque acceden por sus propios méritos.
Hay mucho talento y esta selección lleva hasta Barcelona un perfil de juez que, a juicio del profesor Rafael Bustos, ha demostrado dos cosas: «Una enorme capacidad de trabajo y un conocimiento profundo del ordenamiento jurídico vigente. Si tienes capacidades y conocimientos, tienes un magnifico perfil de juez».
Estos chicos igual escuchan reggaeton, música pop que heavy metal escandinavo. Son jóvenes normales, con muchísimas habilidades intelectuales, que un día abrieron un paréntesis en sus vidas para encerrarse entre cuatro paredes y estudiar. Renunciaron a las copas y a las vacaciones, al bronceado del verano. El cronómetro y los rotuladores se convirtieron en sus únicos colegas. No se arrepienten.
«Claro que valió la pena, ahora tengo una nueva vida», explica David Ferrando (29 años, Valencia). Quiere ser juez porque siempre le ha reventado la injusticia, pero admite que el proceso que le ha llevado a la Escuela Judicial ha tenido un elevado coste personal. «La oposición es una selección natural de amigos, pero maduras, aprendes a seleccionar bien el tiempo y a dedicarlo a lo que realmente importa», aclara
Ferrando trabajaba en uno de los mejores despachos de Valencia y un día, en 2013, renunció a todo y se enfrentó al síndrome del primer día. «Recuerdo estar en el sofá y estar hundido porque no había conseguido memorizar», cuenta. «Mi preparador me decía que tenía que adaptar mi cerebro a la memorización. Lo que al principio me costaba 36 horas, con el tiempo lo conseguía en cuatro».
En la España de los 50 la formación que recibían los jueces no tenía nada que ver con la actual. Antes estaba reservada a quien fuera varón, seglar y mayor de 21 años. El perfil medio actual es el de mujer, de 29 años, nacida en Madrid o Andalucía, sin experiencia laboral previa y sin tradición jurídica en la familia.
La enseñanza del oficio de juez consistía en un curso de unos meses, con prácticas en los juzgados de Madrid capital y clases lectivas impartidas por profesores universitarios, jueces o fiscales. No existía ningún lugar de encuentro, no se perfeccionaban las prácticas procesales. No se medía el talento.
Pese a que la formación continua constituye un auténtico deber profesional, por ser garante de independencia judicial, el Gobierno se resistió durante años a entregar estas competencias al CGPJ y no fue hasta mediados de los años 80 cuando la formación avanzó hacía otro modelo. Su entrada en funcionamiento en 1997, hace ahora 20 años, supuso toda una revolución en la formación de los jueces en España. Todos los alumnos tienen muy claro que son independientes, que sus decisiones son suyas. En la Escuela favorecen que cada juez tenga su criterio, les refuerzan su opinión sobre la independencia judicial.
Aquella primera promoción de jueces españoles es la única de las 20 que han pasado por la Escuela Judicial en la que el número de hombres superaba al de mujeres. En la última, las mujeres consiguieron el 70% de las plazas.
«Nos hacemos más duras en los juicios», explica la magistrada de Familia Gema Espinosa, directora de la Escuela desde el año 2013. Ingresó en la carrera judicial en 1989, cuando los hombres seguían dominando los tribunales y ha vivido en primera persona la evolución de la presencia de la mujer en los tribunales. Tenía 25 años cuando aprobó la oposición de juez y fiscal. «En un levantamiento de cadáver llegué y se creían que era la secretaria del juzgado. He pasado de celebrar juicios donde era la única mujer a celebrar vistas en la que el único hombre era el que se separaba».
Tiene un trato cercano con los opositores recién llegados y su trabajo consiste en dirigir al equipo que prepara a los jueces del futuro para que sean técnicamente solventes, respetuosos con los principios constitucionales y comprometidos con la sociedad. «Tienen que saber oír, escuchar lo que les dicen las partes.Empatizar, ponerse en la situación de esas personas. Tienen que saber el efecto que su resolución va a producir en la sociedad, un juez no puede dictar una sentencia y pensar que no va dirigida a una persona. Ser prudentes. Vienen muy preparados, pero si desconocen que esa resolución que van a firmar va dirigida a una persona no puedes ser un buen juez. Les enseñamos a tomar este trabajo como una herramienta para ayudar a la sociedad».
¿Cómo se lo enseñan?
 Sencillamente dándoles casos reales, les vamos incrementando la dificultad, pero a medida que pasa el curso les damos casos más complicados. Recurrimos a actores y les ponemos en una situación crítica, que este año también la hemos incluido en el área Civil, y se encuentran con reacciones que no están preparadas por los alumnos o que ellos no conocen.
Los juicios simulados o la teatralización de escenas cotidianas que se viven en un juzgado son las clases que más curiosidad despiertan entre los alumnos. En un edificio anexo a la Escuela se ha construido una sala que recrea un juzgado cualquiera para aparentar casos reales.
Cuenta con todos los elementos necesarios para celebrar comparecencias o juicios: un ordenador para los funcionarios, banderas oficiales, micrófonos, la silla para el imputado o los bancos del público. «Tenemos hasta el cuadro de Felipe VI, pero ya nos han contado que vamos a ver juzgados en peores condiciones».
En la entrada cuelgan de un perchero las togas y cada alumno accede al juzgado para representar a un operador jurídico concreto sin tener ni idea que rol les tocará. Unas veces hacen de abogados, otras de jueces o fiscales, de letrado de la defensa e incluso recurren a actores para que teatralicen casos reales. «Los actores se preparan, se meten absolutamente en el papel y representan situaciones muy reales, como la de mujer a la que han violado. Te hacen sentir en la simulación el miedo de las víctimas», añade la directora.
José Villodre López es uno de esos profesores que perfecciona el talento de estas mentes a través de las simulaciones. Con la práctica pretenden enseñarles que un juez debe ser una persona muy equilibrada, entender a los demás y ponderar.
¿Cómo les ponen a prueba?
 Planteamos obstáculos controlados. Hablamos con el actor y les decimos lo que tienen que simular, son buenísimos. Se lo toman muy en serio y los alumnos lo pasan muy mal. En marzo, los actores simularon que se peleaban en la sala de espera de un juzgado y la jueza salió detrás de mí diciéndome qué hacía. Ella es la que debe mantener la calma. Estas simulaciones sirven para que aprendan cómo hay que manejar situaciones críticas porque cada actor representa un perfil: el agresivo, el impetuoso, la víctima que se desmorona...
Las clases se graban para que los alumnos se puedan ver y aprendan de sus errores. «Hay muchas veces que te pones nerviosa y no sabes ni lo que estás diciendo. Nos ponen situaciones críticas para que reaccionemos», cuenta Teresa Sánchez mientras se coloca su toga.
A Teresa Santos le toca ejercer el papel de jueza. «Buenos días, estamos aquí para celebrar una comparecencia por un delito leve, número de procedimiento 3.425/2017. A mi derecha está el representante del ministerio fiscal y a la izquierda el letrado de la defensa. Por favor, que pase el acusado». Resultó absuelto.
Otro de los alumnos de la escuela, Adriano Muñoz (28 años, Valencia), quería ser notario pero cuando estudió Derecho Penal tuvo claro que quería convertirse en juez. Cinco años estuvo hincando los codos en el almacén de la tienda de sus padres para no perder la concentración. Lo más duro de las oposiciones, dice, fue esa sensación de aislamiento: «Se pasa muy mal con la soledad, apenas tienes contacto con la gente, son muchas horas solo al día y al final te afecta en tu vida social o a la hora de tratar con las personas».
El deporte le sirvió a Adriano para desarrollar sus habilidades sociales y también pasó por el síndrome del primer día. «Levantarte y pensar que a partir de ese momento vas estar encerrado en un cuarto ocho horas al día te sobrecoge».
El primer examen al que se enfrentan en la oposición es tipo test y quien consigue pasar a la siguiente fase se somete a dos orales más, que se realizan ante el Tribunal Supremo (TS). Son pruebas de una hora para desarrollar cinco temas, a 12 minutos cada uno aproximadamente. Este sistema penaliza a los aspirantes que no respeten, por ejemplo, la literalidad de los artículos del Código Penal.
Hay aspirantes que consiguen pasar esta prueba en poco más de tres años, como es el caso de Teresa Sánchez (27 años, Valencia). Pero si eres opositor y aún no estás listo para cantar, no te derrumbes, las estadísticas dicen que la mayoría lo consigue en cinco. «Lo primero que hice fue buscar a un preparador. Allí vamos a cantar, a prepararnos y exponer los temas. Cada preparador tiene su propio sistema y tienes que seguir sus directrices. Él es el que te dice cuándo puedes descansar».
¿Por qué quieres ser jueza?
 Lo decidí en el último momento porque durante la oposición dudaba. Aprobé y llegó el momento de tener que rellenar la decisiva casilla. Pensé, ¿cómo te has despertado hoy? Y me sentí más jueza que fiscal. Así que eso elegí.
Un buen tono cuando se canta el tema a los evaluadores es fundamental para pasar esta oposición. Recurren a logopedas para mejorar su pronunciación, se graban e incluso siguen a youtubers opositores para perfeccionar su técnica. En muchos casos son sus parejas las que son sus interlocutores cuando practican el canto de temas.
Muchos recuerdan la etapa con tristeza pero al final la ilusión les empujó hacia su objetivo. Teresa Santos es una sevillana de 29 años a la que le apasiona la labor que desempeña la Justicia en la sociedad resolviendo los conflictos cotidianos. «Era una montaña rusa de emociones. Siempre he sido ordenada, pero a raíz de la oposición me impuse un régimen militar. He opositado yo, pero a la vez mis padres, mis amigas y mi pareja, porque todos han adecuado su ritmo vital al mío».
Ya en la Escuela, comprueban que un juez es juez las 24 horas del día. Es una profesión vocacional o no estás empollando cuatro o cinco años para una oposición. A clase van para aprender a desarrollar todos los conocimientos teóricos y a enfrentarse a supuestos que ellos deberán resolver pero que no está la solución en un artículo. «Les planteamos situaciones en las que ellos deben buscar la solución. Les sacamos de su zona de confort y les obligamos hacer una valoración crítica», apunta la juez Clara Carulla, profesora de Derecho Civil.
Nuria Alonso es jueza y compañera de Carulla en el departamento de Civil. Empezó en 1994, cuando los opositores que aprobaban solo pasaban unos meses en Madrid asistiendo a clases magistrales, y ahora proporciona herramientas para que los futuros jueces no se sientan perdidos. «Les trasladamos que el Derecho es una herramienta, que se sientan partícipes de la pacificación de la sociedad, que intenten mediar», dice. «Que ponderen, tengan trato amable, que se sientan servicio público, que lo vivan con pasión para ayudar a resolver los conflictos de la sociedad. En ocasiones la gente se colapsa y piensa que sólo hay problemas por todos los sitios. Hay que buscar el equilibrio».
A todos los alumnos se les enseña que con una simple firma cambian la sociedad, pero también que de ellos depende lo que pasa en su juzgado y que si no ven los riesgos las consecuencias pueden ser terribles e irreversibles. Les muestran la puñetera realidad y les dan lecciones como esta tras visionar una declaración real de un juzgado.
«¿Lo veis? Esa noche se suicidó y dejó una nota diciendo que no había podido soportar la mirada de su agresor tras salir del juzgado. Confió en la Administración de Justicia y yo le fallé. Yo llevo esa mochila y os lo cuento para que no la llevéis vosotros, una mochila que voy a soportar toda mi vida porque era mi responsabilidad. El juez está al frente de un equipo en el juzgado y un buen líder es el que comparte los éxitos y asume los fracasos».

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