Decenas de opositores esperan a que empiece la prueba en una de las facultades del campus de Tafira. i JOSE CARLOS GUERRA
Unos estaban nerviosos, otros serenos gracias a sus santos remedios. Los había que repetían por tercera, por cuarta y por quinta vez. Y no faltaban los que tan sólo iban a probar suerte o a ver el examen. Para todos, las ganas de trabajar conseguían aplacar los nervios para poder presentarse a la prueba. El Campus Universitario de Tafira hervía ayer instantes antes de que comenzaran las oposiciones del cuerpo de Auxilio Judicial.
"Vengo de Barcelona porque allí no hay oposiciones", explicaba Marc Bosch, catalán de 32 años en paro y con experiencia en juzgados. La marabunta se agolpaba en la puerta del Aulario de Ciencias Jurídicas, la mayoría visiblemente nerviosos, para comprobar que aparecían en las listas. Más relajados estaban Javier y Yara Arteaga, dos hermanos de 31 y 26 años respectivamente, que esperaban mirando el reloj que dieran las nueve para poder entrar. "Trabajo de administrativo pero conforme están las cosas hay que asegurarse el sueldo con un puesto fijo", decía Javier. Yara, por su parte, lleva cerca de cinco meses empleándose a fondo para conseguir una de las codiciadas plazas que ayer se sorteaban en Tafira.
Instantes antes de abrir las puertas dos operarios llegan con varios paquetes azules perfectamente envueltos y precintados con los exámenes dentro. Los aspirantes que se percataron de tal llegada entendieron que el momento estaba cerca. Dentro, cuando las agujas del reloj habían sobrepasado ya las nueve y media de la mañana, el silencio era cortante frente a las puertas de las clases donde se iban a celebrar los exámenes. En los pasillos contiguos la gente corría buscando su clase.
"Vengo de Barcelona porque allí no hay oposiciones", explicaba Marc Bosch, catalán de 32 años en paro y con experiencia en juzgados. La marabunta se agolpaba en la puerta del Aulario de Ciencias Jurídicas, la mayoría visiblemente nerviosos, para comprobar que aparecían en las listas. Más relajados estaban Javier y Yara Arteaga, dos hermanos de 31 y 26 años respectivamente, que esperaban mirando el reloj que dieran las nueve para poder entrar. "Trabajo de administrativo pero conforme están las cosas hay que asegurarse el sueldo con un puesto fijo", decía Javier. Yara, por su parte, lleva cerca de cinco meses empleándose a fondo para conseguir una de las codiciadas plazas que ayer se sorteaban en Tafira.
Instantes antes de abrir las puertas dos operarios llegan con varios paquetes azules perfectamente envueltos y precintados con los exámenes dentro. Los aspirantes que se percataron de tal llegada entendieron que el momento estaba cerca. Dentro, cuando las agujas del reloj habían sobrepasado ya las nueve y media de la mañana, el silencio era cortante frente a las puertas de las clases donde se iban a celebrar los exámenes. En los pasillos contiguos la gente corría buscando su clase.
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